Muchas veces renegamos por el mal funcionamiento de un
cartucho o por que se quedó sin tinta. En el fondo sentimos cierta impotencia
por tener la máquina, la tecnología y no poderla utilizar por la falta de componentes
“periféricos”. El comentario constituye
el punto de partida para analizar un
aspecto poco considerado cuando se resaltan las cualidades presentes y futuras
de las impresoras 3D para fabricar distintos productos, desde objetos usuales
hasta nanodispositivos, alimentos y tejidos
humanos. En realidad las impresoras 3D y sus aplicaciones constituyen uno de
los mejores ejemplos de materialización
de la revolución tecnológica esperada a partir de las tecnologías de
convergencia, resultado de la interacción dinámica entre la nanotecnología, la
biotecnología, la informática y la cognotecnología.
Tecnologías de convergencia conocidas internacionalmente bajo
la denominación de NBIC (nanotecnología-biotecnología-informática-cognotecnología).
A modo de ilustración del comentario inicial y por
constituir una de las aplicaciones futuras más relevantes debido a la
complejidad intrínseca de la materia viviente vamos a ejemplificar con la
utilización de la impresión 3D para la producción de material biológico. En dos
publicaciones científicas recientes: “Tissue
engineering by self-assembly and bio-printing of
living cells” realizada por investigadores de la Universidad de Missouri
(Columbia) y “Development of a valve-based cell printer for the formation of
human embryonic stem cell spheroid aggregates” realizada por investigadores de la Universidad Heriot-Watt de
Edimburgo y del Roslin Cellab Ltd. se explica con rigurosidad como obtener
mediante impresión tejidos capaces de mantener las células vivas y como obtenerlos
con células madre, de modo de que luego pueda diferenciarse a cualquier tipo de
tejido del organismo. En los cartuchos habrá colocar adecuadamente preparados
de células madre, ¿de qué origen?, embrionario con toda la problemática bioética
subyacente, de las escasas células madre adultas, de las obtenidas por reprogramación
de células adultas para convertirlas mediante ingeniería genética en células no
diferenciadas cuasiembrionarias o de reprogramar células adultas mediante
distintos factores de trascripción para convertirlas directamente células
adultas de otro tipo (ej.: neuronas). Queda claro la importancia en este caso
de tener el material biológico necesario y en cantidad adecuada para alimentar “los
cartuchos”.
Avancemos sobre un hipotético ejemplo de las NBIC en acción durante una
impresión 3D. Supongamos la necesidad de reparar una zona del cerebro dañada
por un ACV. En un cartucho podría colocar el preparado de células adultas y los
factores necesarios para que luego en el tejido se conviertan en neuronas, en
otro cartucho colocaría nanotubos de carbono para integrarlos al tejido de modo
de favorecer la conducción nerviosa hasta que en sistema neuronal se consolide.
La impresora dará la forma y el entramado adecuado para su posterior implante.
Todo un desarrollo cognotecnológico.
Queda claro que el futuro avance de la impresión 3D está íntimamente
relacionado con el avance y desarrollo incesante en las NBIC.
Además la impresora 3D ocupara un lugar destacado en un contexto productivo
en el cual se pretende reemplazar a las fábricas químicas consumidoras de
combustibles fósiles y con humeantes chimeneas por biofábricas transgénicas
celulares, fotosintéticas y catalizadas por enzimas, basadas el la utilización
de la ingeniería genética y de los 65 millones
de genes conocidos en la actualidad para
producir sustancias químicas en general, alimentos, biocombustibles,…
Tal vez como ocurre hoy con las impresoras clásicas, el negocio no se
centre en el precio de venta las impresoras 3D para su utilización masiva, sino
en el material de recarga para la impresión cuyo costo incluirá la amortización
de las inversiones realizadas para el desarrollo de las NBIC.
En definitiva, ¿para qué serviría
una impresora sin material abundante y renovable para “los cartuchos”?.
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