sábado, 26 de diciembre de 2015

Un rumbo para el año 2016.

Tres crisis se identifican con cierta nitidez en la actualidad. La crisis demográfica centrada en un crecimiento incesante de la población mundial y un fuerte incremento en la demanda de energía, alimentos, servicios de salud y  la necesidad de preservar el medio ambiente. Crisis a la cual sólo le pueden dar respuestas las nuevas tecnologías con su capacidad de trasformar la naturaleza  tratando de llegar a un nuevo tipo de equilibrio. La crisis económica conocida por todos y que necesariamente requiere transitar el camino desde la economía de pensamiento único globalizada a una economía tecnológica sustentable con la capacidad de producir en tiempo y forma los recursos necesarios para la totalidad de los habitantes del planeta. La tercera, la previa necesaria para encarar las soluciones de las restantes, es cultural y se centra en el descrédito de la intelectualidad y en  la marginación de los intelectuales. Aquellos dedicados fundamentalmente a actividades o trabajos en los que predomina el uso de la inteligencia para el estudio y la reflexión crítica sobre la realidad. Aquellos capaces de señalar el rumbo hacia un mundo mejor. Los intelectuales deben afrontar hoy no sólo las dificultades específicas de la complejidad de la era actual, también un enorme descrédito de los medios serviles a masificar y cosificar a la población en función de mezquinos réditos económicos y/o políticos. El rol del intelectual es indispensable en un mundo con problemas exponenciales y al incipiente potencial de las nuevas tecnologías para solucionarlos o para agudizarlos si sobre el intelecto predomina la barbarie.
Ante el aumento de la irracionalidad de la hora actual, rescatemos la intelectualidad,  como el camino conducente a hacer lo éticamente necesario para superar las crisis y posibilitar la continuación de la vida en la tierra. Comenzar a rescatar la intelectualidad, un inquietante desafío para el año 2016.


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