domingo, 22 de junio de 2025

El secreto electromagnético de la consciencia.

Durante décadas, la neurociencia ha considerado a las neuronas (diminutas células que disparan impulsos eléctricos) como las únicas protagonistas en la compleja trama de la mente. La percepción, la memoria, la cognición e incluso la consciencia han sido interpretadas como el resultado de complejos patrones de activación sináptica, también conocidos como el “código neuronal”. Sin embargo, una nueva línea de investigación, aún emergente pero creciente, sugiere que lo esencial podría estar pasando desapercibido: la consciencia podría no estar contenida en los picos eléctricos de las neuronas, sino en los campos electromagnéticos que estos generan a su alrededor.

Uno de los principales exponentes de esta visión es Tamlyn Hunt, investigador de la Universidad de California en Santa Bárbara, quien lleva años explorando la posibilidad de que los efectos electromagnéticos (efecto efáptico: comunicación entre células nerviosas sin una conexión sináptica directa) desempeñen un papel más determinante que las propias sinapsis en la actividad mental. Estos efectos surgen de los campos eléctricos variables generados por las neuronas activas y pueden influir en la excitabilidad de otras neuronas vecinas, incluso sin contacto directo. En otras palabras, las neuronas podrían estar "hablando" entre sí a través del aire, en una suerte de comunicación invisible y no lineal. Este tipo de interacción, denominada acoplamiento efáptico, abre una puerta radicalmente nueva a la comprensión del cerebro. Lo notable es que estas influencias efápticas no son simples residuos eléctricos, sino fuerzas activas que podrían estar organizando y coordinando la actividad mental a gran velocidad. 


El legendario neurocientífico Walter Freeman ya anticipaba este giro conceptual en 2006, al sostener que las velocidades observadas en procesos cognitivos no podían explicarse únicamente mediante el modelo sináptico. La nueva evidencia sobre campos efápticos parece darle la razón póstumamente.

Estamos así ante un posible cambio de paradigma. Si los campos eléctricos del cerebro son, en realidad, el soporte último de la consciencia, entonces debemos reformular la manera en que entendemos el pensamiento, la percepción y la subjetividad. Este cambio no solo tendría implicancias científicas, sino filosóficas, éticas y tecnológicas. La consciencia, esa presencia escurridiza que nos permite saber que existimos, podría no residir exclusivamente en las conexiones sinápticas, sino en una danza sutil e invisible de campos que se mueven entre neuronas, como susurros eléctricos que viajan más allá del contacto. Si la consciencia no reside en un punto fijo del cerebro, sino que emerge de campos eléctricos efímeros, entonces quizá debamos repensar no solo lo que somos, sino cómo somos. Ya no bastaría con imaginar a la mente como un engranaje biológico ni como un procesador mecánico de estímulos. 

La antigua distinción entre cuerpo y alma podría reencontrarse, no en lo sobrenatural, sino en lo invisible de lo físico: un campo eléctrico, una resonancia, una sutil sincronía. Si nuestros pensamientos viajan más allá de la sinapsis, si nuestras emociones resuenan en campos efápticos, ¿no seremos entonces, en parte, un fenómeno del espacio que nos habita tanto como del cuerpo que nos contiene?

Bibliografía
Tamlyn Hunt. Consciousness Might Hide in Our Brain’s Electric Fields. Scientific American. 08/11/24.

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