Durante siglos, la relación entre humanos y tecnología estuvo marcada por una promesa: las máquinas nos harían la vida más fácil, pero no reemplazarían nuestra capacidad de crear, decidir o imaginar. Sin embargo, en los últimos años, el desarrollo vertiginoso de la inteligencia artificial está alterando radicalmente ese pacto tácito. Cada vez más empresas, desde bancos hasta laboratorios, desde medios de comunicación hasta plataformas educativas, reemplazan personal humano por algoritmos capaces de realizar tareas con mayor velocidad, precisión y, sobre todo, menor costo. Esto plantea una pregunta inquietante, casi existencial: si las empresas necesitan menos personas para funcionar, ¿de qué van a vivir esas personas? ¿Qué lugar queda para el trabajo humano cuando ya no se lo considera eficiente, necesario o incluso rentable? Lejos de ser un problema del futuro, esta transformación ya está en marcha, y su velocidad supera nuestra capacidad para adaptarnos.
Este artículo busca pensar en voz alta, sin alarmismos pero con honestidad, sobre el porvenir del trabajo, la renta básica universal como posibilidad real, el rol de los Estados en una economía cada vez más automatizada, y el nuevo valor que podrían adquirir las tareas humanas que no pueden (o no deberían) ser reemplazadas por máquinas. Porque en el fondo, se trata no solo de cómo ganaremos dinero, sino de cómo encontraremos sentido.
Este artículo busca pensar en voz alta, sin alarmismos pero con honestidad, sobre el porvenir del trabajo, la renta básica universal como posibilidad real, el rol de los Estados en una economía cada vez más automatizada, y el nuevo valor que podrían adquirir las tareas humanas que no pueden (o no deberían) ser reemplazadas por máquinas. Porque en el fondo, se trata no solo de cómo ganaremos dinero, sino de cómo encontraremos sentido.
¿Qué opciones se están discutiendo a nivel mundial?
A medida que la automatización y la inteligencia artificial reemplazan millones de empleos, gobiernos, economistas y organizaciones sociales se ven obligados a repensar las bases mismas del sistema económico. El trabajo, históricamente, ha sido la forma por excelencia de generar ingresos, construir identidad y acceder a derechos sociales. Pero si el trabajo desaparece o se transforma radicalmente, ¿cómo garantizamos la subsistencia, la dignidad y la participación de todos? Algunas de las ideas más debatidas a nivel global son las siguientes:
-Renta Básica Universal (RBU): La propuesta más discutida, y también la más polémica, es la Renta Básica Universal, una suma de dinero garantizada por el Estado a todas las personas, sin importar si trabajan o no, sin evaluaciones, sin requisitos. Sus defensores argumentan que, ante la creciente exclusión del mercado laboral, garantizar un ingreso mínimo y estable permitiría a las personas vivir sin el estrés de la supervivencia, dedicar tiempo al cuidado, al arte, al aprendizaje, al voluntariado o a trabajos que hoy el mercado no valora. Experimentos ya se han realizado en Finlandia, Canadá, España, Kenia y otras regiones, con resultados variados pero prometedores: mejoras en la salud mental, aumento del bienestar, incluso un leve crecimiento del empleo informal voluntario. Sin embargo, los detractores advierten sobre su alto costo fiscal y sobre la posibilidad de fomentar la "ociosidad" estructural. ¿Puede una sociedad sostenerse si trabajar deja de ser una obligación?
-Impuestos a los robots: que la máquina pague lo que quita. Otra idea que gana terreno es la de aplicar impuestos a los robots o, más ampliamente, a las empresas que sustituyen personal por sistemas automatizados. La lógica es simple: si una empresa deja de pagar sueldos porque reemplaza humanos con máquinas, debe contribuir con una porción mayor de sus ganancias al sistema que sostiene a esos ciudadanos desplazados.
Las propuestas como la renta básica universal, los impuestos a los robots o la redefinición del trabajo no son solo respuestas técnicas a un problema económico; son intentos de imaginar otra forma de vivir en un mundo donde el trabajo, tal como lo conocimos, está dejando de ser el eje organizador de nuestras vidas. Quizás el desafío no sea simplemente encontrar nuevas formas de repartir el ingreso, sino atrevernos a cuestionar los supuestos que nos sostienen: ¿Por qué asumimos que valemos según lo que producimos? ¿Por qué el tiempo libre aún es visto con sospecha? ¿Y qué pasaría si una sociedad pudiera vivir menos preocupada por la eficiencia y más enfocada en el bienestar, la creatividad, la empatía y el cuidado?
Tal vez la inteligencia artificial no solo venga a reemplazarnos en las fábricas o las oficinas, sino también a empujarnos a preguntarnos algo más profundo: si ya no es necesario trabajar para sobrevivir, ¿qué vamos hacer con nuestro tiempo en este planeta?
El trabajo dejando de ser el organizador de la vida de las personas es una idea fuerza a explorar. Muchas gracias por la invitación a pensar.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Te recomiendo este artículo https://arxiv.org/pdf/2507.07935 de Microsoft
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