Existe en la sociedad una percepción creciente sobre
la biotecnología y su capacidad para mejorar la salud de
la población, así como el control y la erradicación de las enfermedades. En tal sentido podemos comentar que en la
actualidad hay 300 medicamentos de origen biotecnológico en el mercado y más de
800 medicamentos y terapias en prueba en humanos para su aprobación. Dentro del
conjunto podemos cita,r a modo de ejemplo, tanto vacunas para profilaxis como
vacunas terapéuticas, entre ellas, 39 para combatir distintos tipos de cáncer. También cabe destacar el aporte
biotecnológico al diagnóstico genético para la elección de los
tratamientos-medicamentos más adecuados. No menos importante para la salud de la población resulta todo lo concerniente
a la revolución en la alimentación producida por los nuevos alimentos
transgénicos, su estricto control y la posibilidad real de comenzar a
incursionar en dietas genogenéticas. A
pesar de su crecimiento exponencial, la biotecnología moderna es relativamente
nueva, se inicia en 1973 con las primeras experiencias de ADN recombinante. Por
mera coincidencia la Ley de semillas 20.247, vigente en la actualidad, se
sancionó el mismo año (1973) por lo cual no contiene nada referido a
biotecnología, con el contrasentido de ser nuestro país uno de los primeros en
sembrar semillas transgénicas y de constituir el sector más importante de su economía actual. En los organismos relacionados con la salud pública no estamos
mucho mejor, ya que a pesar de existir en el país más de 10 universidades con
carreras de biotecnología, al no matricular a los “novedosos” biotecnólogos ignoran cuantos son, dónde están y qué están
haciendo. Tenemos una salud pública para la cual la
biotecnología todavía no existe en sus normativas, una salud pública anclada en
los años 70. Así la mejora de la salud
de la población queda supeditada a la iniciativa privada en forma azarosa y con
objetivos de lucro creciente.
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