martes, 23 de diciembre de 2025

Fin del primer cuarto del siglo XXI.

Paralelismo entre 1925 y 2025 en la cosmovisión  del futuro.

Cuando un siglo atraviesa sus primeros veinticinco años, todavía no exhibe los resultados más visibles, pero sí define algo más decisivo: sus fundamentos. El año 2025, al cerrar el primer cuarto del siglo XXI, permite observar ese proceso fundacional y compararlo con otro momento estructuralmente equivalente: los primeros veinticinco años del siglo XX.
Vistos retrospectivamente, aquellos años iniciales del siglo XX no fueron una mera acumulación de descubrimientos, sino la construcción de un entramado conceptual y experimental del que emergerían, décadas después, la electrónica de estado sólido, la energía nuclear, la cohetería, la informática, la telefonía celular, la ingeniería genética, la biotecnología y la nanotecnología. No se trató de aplicaciones inmediatas, sino de principios que, con el tiempo, convergieron en sistemas tecnológicos complejos.


En ese período, la física ocupó un lugar estructural. La cuantización de la energía discontinua propuesta por Max Planck en 1900, el modelo atómico de Niels Bohr en 1913, la hipótesis de la dualidad onda-partícula de Louis de Broglie en 1924, el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg en 1925 y el modelo atómico de carácter probabilístico de Erwin Schrödinger en 1926, redefinieron la noción de materia. Esa redefinición permitió comprender desde los enlaces químicos hasta la posibilidad de transformar la naturaleza innovando a través de la construcción y manipulación de átomos y moléculas, base conceptual remota de la nanotecnología contemporánea. Todo ello fue posible gracias a la consolidación inicial de un modelo atómico confiable.
Fue recién a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando ese conocimiento se tradujo en micro y nanoelectrónica, computación personal y telecomunicaciones móviles. El desarrollo de los transistores (1947), los amplificadores operacionales (década de 1950), los circuitos integrados (finales de la década de 1950), los chips (décadas de 1960–1970) y los dispositivos a escala nanométrica (en las décadas de 1990–2000) permitió que la informática y la telefonía celular se incorporaran a la vida cotidiana. Hacia fines del siglo, la integración entre tecnología, sistemas informáticos y redes de comunicación dio origen a una convergencia explícita entre tecnología, información y comunicación, identificable como convergencia TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) que preparó el terreno para la digitalización masiva, internet y la actual infraestructura algorítmica global del siglo XXI.
Desde esta perspectiva, los primeros veinticinco años del siglo XX pueden entenderse como la fase de incubación que sentó los cimientos del paradigma tecnológico dominante de ese siglo: el control de la materia y la energía.
El primer cuarto del siglo XXI presenta una dinámica análoga, aunque con otros ejes. La conclusión del Proyecto Genoma Humano (1990–2003) marcó un punto de inflexión comparable al de la física cuántica un siglo antes: la vida comenzó a ser comprendida como información debido a la lectura y análisis de los genes. A partir de allí, la biotecnología, la bioinformática, la medicina personalizada y la edición genética se integraron en un mismo marco operativo. En paralelo, la nanotecnología avanzó hacia aplicaciones funcionales (como los nanochips neurosinápticos), la inteligencia artificial se consolidó como infraestructura cognitiva transversal y la neurociencia se articuló con la computación.
Es en este contexto donde adquiere centralidad la segunda gran convergencia tecnológica, a partir en el año 2000, la convergencia NBIC (Nano-Bio-Info y Cognotecnología), no como una etiqueta coyuntural, sino como el rasgo estructural inicial del siglo XXI en formación. Así como el siglo XX se organizó en torno al control de la materia y la energía, el siglo XXI comenzó hacerlo alrededor de la convergencia entre vida, información e inteligencia como sistema integrado.
El paralelismo se refuerza en el plano geopolítico. En ambos comienzos de siglo, la aceleración tecnológica superó la capacidad de regulación social y política. Hoy, la competencia por datos, capacidades algorítmicas y recursos tecnológicos, como los chips avanzados y las tecnologías a escala nanométrica, redefine el poder global del mismo modo en que lo hicieron la industria pesada y la energía hace cien años.
La correspondencia más profunda, sin embargo, es epistemológica. En 1925, la física cuántica puso en crisis la idea de una naturaleza completamente determinable. En 2025, la convergencia NBIC se ve obligada a reestructurarse en una tercera convergencia tecnológica: NIA (Nanotecnología e Inteligencia Artificial) para esclarecer cuestiones como autonomía, inteligencia, creatividad e identidad.
La incertidumbre ya no se limita a la materia, sino que alcanza a los sistemas artificiales como los drones y los robots humanoides sin genes, que procesan información, aprenden y toman decisiones en entornos parcialmente autónomos.
Desde esta perspectiva, el cierre del primer cuarto de un siglo no es un balance final, sino la identificación de un umbral. Los primeros veinticinco años del siglo XX hicieron posible el mundo tecnológico que lo dominó. Los primeros veinticinco años del siglo XXI están configurando, aún de manera incompleta, un futuro donde la convergencia tecnológica NIA redefine no solo la tecnología imperante, sino los marcos conceptuales de la civilización y las formas mismas de producción, validación y circulación del conocimiento.

Alberto D’Andrea

Bibliografía

Alberto L. D’Andrea. Hombre virtual & Hombre robotizado. Ambos inmortales. Biotecnología & Nanotecnología al Instante. 2023.

Alberto L. D’Andrea. Sinopsis proyectiva del siglo XXI. Biotecnología & Nanotecnología al Instante. 2023.

Alberto L. D’Andrea. El punto de inflexión demográfico del siglo XXI. ¿Cuándo ocurrirá la paridad demográfica humano-robot humanoide? Biotecnología & Nanotecnología al Instante. 2025.

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